Nos encontramos ante un Cristo con la cabeza reclinada hacia la derecha sobre su pecho, en el que apoya la barbilla, ya muerto, aunque con los ojos -grandes y salientes- ligeramente entreabiertos. Tiene la boca cerrada y la barba rala. No lleva corona de espinas ni la inscripción "INRI". El torso está delicadamente tallado, atendiendo cuidadosamente a la anatomía, de proporciones correctas. Presenta la herida del costado derecho y rastros de sangre en los brazos, la cabeza y el pecho. No obstante, como es habitual en los cristos hispano-filipinos, no se ven marcas de otras heridas infringidas por las torturas en el resto de su cuerpo. Los chinos eran reacios a representar cuerpos heridos o rostros muy expresivos. El cuerpo está alineado con el madero de la cruz, no hace ningún tipo de incurvación y los brazos hacen una uve muy poco marcada. Por la disposición del cuerpo, el modelado y la expresión del rostro inspira serenidad. El paño de pureza conserva parte de la policromía dorada. La cruz está formada por dos maderos de los que brotan hojas y flores; es la cruz como un árbol pródigo que está vivo y da frutos. Se trata del lignum vitae , una alegoría de la fertilidad y la regeneración. Esta imagen entra dentro del tipo de los denominados cristos moribundos, aunque el más común en la imaginería filipina es el cristo expirante. Más de la mitad de la trabajos en marfil en Filipinas recogen este tema. La pieza vino de Filipinas, lo más probable es que fuera realizada por artesanos chinos asentados en Manila, donde se instalaron a finales del XVI, formando la colonia más numerosa de cuantas había. Trabajaban siguiendo los gustos y las maneras de los europeos, en particular del arte flamenco y más adelante también de las escuelas andaluzas. Fijándose tanto en modelos escultóricos como en estampas. A finales del siglo XVI, cuando se empezaron a hacer estas tallas en Filipinas, tenían como propósito servir para el culto en las nuevas iglesias, conventos y edificios públicos, pero en algunos casos se encargaron para donarlos a diversas parroquias o particulares de la península y debido a su éxito se demandaron o se donaron en buen número. La provincia alavesa destaca por la profusión de piezas de origen filipino, la mayoría de ellas donadas por vascos que destacaron en esas islas. Es el caso de Andrés Martínez de Murguía (1654-1732), alavés natural de Manurga, afincado en Cádiz, fue uno de los comerciantes más activos de la red atlántica. A su muerte, varias piezas de procedencia asiática y novohispana, decoraron la capilla del Santo Cristo de la Expiración de la parroquia de San Martín de Manurga. Este legado comprendía además de este y otro Cristo filipino (nº 113), otras piezas de textil y orfebrería depositadas en la actualidad también en este museo.
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"Web. Museo Arte Sacro. Vitoria-Gasteiz" [Consulta: 05/06/2023]
Andrés Martínez de Murguía (1634-1732) Posterior a 1732. Donación a la capilla del Santo Cristo de la Expiración. Parroquia de San Martín, Manurga (Álava) 1985. Traslado al Obispado de Vitoria 1998. Depósito en el Museo Diocesano de Arte Sacro
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