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Museotik Historias

El matrimonio

En tiempos pasados los encuentros entre parejas se propiciaban en las romerías, el baile o el paseo. En el momento que la pareja comenzaba a salir sola, la relación se daba por formalizada y enseguida se producía el casamiento. En el País Vasco era frecuente que los enlaces fueran entre jóvenes del mismo pueblo por la escasa movilidad y el aislamiento de las poblaciones. Tras las proclamas o amonestaciones en la parroquia de los novios, comenzaban los preparativos del enlace; los vecinos y familiares visitaban a los novios para darles la enhorabuena y las familias se reunían con motivo de la pedida de mano, del ajuste de las condiciones del contrato matrimonial o para intercambiar regalos. El matrimonio de los hijos aseguraba la continuidad de la casa, por lo que se acordaban los pactos de vida en común a través de capitulaciones matrimoniales o mandas.

La ceremonia religiosa se celebraba en la iglesia a la que llegaban los novios acompañados de un cortejo. En un principio los padrinos eran los de bautismo, que posteriormente cedieron su lugar a los padres de los contrayentes. El consentimiento y la bendición de las arras y anillos se hacía en la puerta de la iglesia, que era el sitio donde se hacían las promesas y juramentos sagrados. A mediados del s. XX la ceremonia tenía lugar al pie del altar mayor, donde los esposos eran cubiertos con el velo nupcial, rito relacionado con el compromiso. Este compromiso se formalizaba en un acta firmada junto al sacerdote y los testigos. A la salida del templo, los esposos eran aclamados y felicitados por los invitados que además les lanzaban arroz. Esta tradición se remonta a antiguas civilizaciones asiáticas y su significado está ligado a la prosperidad, fertilidad y buena suerte; también tiene influencias religiosas y de supersticiones locales, ya que el arroz se consideraba un elemento de purificación y bendición. La celebración podía durar varios días, según la economía de cada familia, y tenía lugar generalmente en las casas.

En el País Vasco los matrimonios civiles fueron poco frecuentes, si bien su número se ha incrementado en la actualidad. Las ceremonias se celebraban en el Ayuntamiento o en el Juzgado, pero carecían de la solemnidad con la que contaban los matrimonios religiosos.

Una de las estipulaciones más importantes del contrato matrimonial es la dote, que era la aportación económica, de tierras o de ganado que hacía el contrayente que llegaba de fuera y que suponía una fuente de ingresos para la casa. A veces formaba parte de esa dote el arreo o ajuar, que eran los enseres que llevaba a su nueva casa. En el caso del novio el arreo consistía en su ropa, regalos para la novia y aperos o herramientas. El de la novia se habría ido preparando desde su adolescencia y lo formaba la ropa de cama y el arca en referencia a su futura vida conyugal.

El traslado del arreo era un acto ritual que suponía la entrada del nuevo cónyuge en la casa, el "etxe-sartzea", y se hacía la víspera del casamiento. Para ello se engalanaba un carro de bueyes en el que no podían faltar la cama vestida, el arca, la rueca de hilar y un espejo. El yugo del carro de boda se adornaba con varias campanillas de metal cubiertas con una piel de tejón o de oveja. Detrás del carro iban los invitados provistos de varios presentes, y todos ellos celebraban una comida en la casa.

La fotografía de bodas se remonta a comienzos del siglo XIX. Según la historia, la reina Victoria y el príncipe Alberto fueron los primeros en tener una sesión de fotos el día de su matrimonio. El retrato de boda se generalizó hace décadas como modo de perpetuar un acontecimiento importante. Generalmente se hacía en el interior de un estudio fotográfico con fondos neutros o pintados y se caracterizaban por ser fotografías verticales, en las que los retratados miraban a cámara de modo estático. Durante mucho tiempo se tomaron en blanco y negro, comenzando a aparecer el color a mediados del siglo XX. Con el desarrollo de las cámaras portátiles se hizo posible capturar lo que acontecía en la ceremonia o en la fiesta.

Al igual que evoluciona el modo de vida de las personas y sus costumbres, el vestido de novia se ha ido adaptando a todas las épocas transformándose sus tejidos, cortes, colores, etc. El color blanco no ha sido siempre el color de los vestidos de novia en occidente; antiguamente el blanco se utilizaba para en el luto y para casarse se usaban todos los colores.

La Reina Victoria, al igual que ocurre con los retratos de boda, supuso un antes y un después en la historia del vestido de novia. En su boda con Alberto de Sajonia en 1840 lució un vestido blanco. La imprenta hizo posible que la clase burguesa europea replicara esta tendencia de color nupcial. Esta moda tardó a llegar a la clase media; tras la II Guerra Mundial se populariza el vestido blanco, a consecuencia del auge de la empresa textil y el consiguiente abaratamiento de la ropa.

Pero a lo largo de varias generaciones, las novias se casaban de negro. Esta tradición tiene sus raíces en el folclore y costumbres antiguas y en ocasiones se asocia con la protección contra la mala suerte y los espíritus, por lo que al casarse de negro las novias buscaban alejarse de energías negativas y asegurar una unión llena de felicidad. Otro significado es la idea de transformación: en algunas culturas este color simboliza la muerte y el renacimiento, por lo que las novias expresaban simbólicamente su disposición de dejar atrás su vida anterior como solteras, como consecuencia de unas segundas nupcias o para quienes se casaban a una edad tardía.

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